Los Centros Comerciales poseen unos objetos de deseo que consiguen atraer a los niños con locura, los ven a lo lejos y no hay padre o adulto capaz de detenerlos hasta llegar a su objetivo, que no es otro que los coches mecánicos. Cuando June vio uno rojo, y que además por suerte no tenía ningún niño dentro, se lanzó y me obligó a que la montara dentro. Lo de menos era echar monedas, no hacía falta, se sentó, cogió el volante y comenzó a hacer —¡burrum!¡burrum!— con la boca moviendo el volante como si fuera una profesional.
Se lo pasaba pipa, miraba todas las luces y botones que tenía el coche y por momentos parecía que estaba dentro del París-Dakar o de cualquier otro rallye.
Daba gusto mirarla, mientras me llamaba con una mano para hacerme partícipe de su gran diversión y de que tenía un coche como el de papá.
De escenario de fondo una tienda de electrodomésticos, me imagino que harta de aguantar a un montón de niños que se pelean por montarse y a otros tantos padres que no saben que hacer para bajarlos del entretenido vehículo, por suerte, con paciencia y mano izquierda conseguí que se bajara pronto.
Pero al salir se topó con un nuevo coche, en este caso con los colores preferidos de June, rosa y morado y encima con dos volantes. Se subió ella sola y con una mano en cada volante comenzó a poner el motor en marcha, es decir, comenzó a hacer con la boca su famoso —¡burrum!¡burrum!—.
Repitió el proceso del otro coche, de mirar botones y lucecitas. Allí nos quedamos un rato, ella disfrutando con su juguete grande y yo viéndola, que no tenía desperdicio.
07/01/2013