De paseo por el barrio, con su carrito de segunda mano de primo, del asa ceñida y dirigida por el camino de polvo que nos rodea. A paso firme y veloz, el ritmo amansa su llanto, pero si paro en mi empeño un segundo, sus pulmones se inflan y su voz resuena por el parque, hasta el mismo Tarzán se asustaría por sus berridos.
Su carro avanza y June protesta de un lado a otro, entre lloro y lloro, avanzo y avanzo, a cada rodada parece que su cuerpecito se tranquiliza y su llanto se calma, los pájaros vuelven poco a poco al parque, las hormigas de nuevo retoman su quehacer diario y los vecinos, con cuidado, van asomando sus cuerpos a la calle.
Tras unos cuantos kilómetros en la urbanización, la conducción puede con su llanto, June se encuentra relajada y tranquila, sus ojos se apagan poquito a poquito y por sus rendijas oculares, ya chinescas, se observa la paz que reina en la tarde.
Su carro y yo somos testigos de su caída, como una zombie o una sonámbula su cuerpo cae rendido, sus ojos también. Su carro y yo disfrutamos de una tarde de tranquilidad y de risas.
28/08/2011