miércoles, 22 de junio de 2011

Nacimiento June 05: Un pasillo lleno de flores y vida



Tras pasar por el laberinto de puertas tipo Oeste de los hospitales, cruces y letreros de urgencias se nos quedaban detrás, un enfermero con habilidad pasmosa desplazaba la cama de Ana de un lado a otro como si estuviera corriendo una competición de Fórmula 1 de camas de hospital, en una cama de esas tipo Robocop, repleta de accesorios por todos lados, y con un mando con más teclas que un mando de televisión, era una cama de las de mírame y no me toques, y menos, si no sabes donde tocas. Llegamos al ascensor, y nos subimos en él, de la planta 0 a la planta 1, la verdad que el viaje largo, lo que se dice largo no estaba siendo. Es curioso, no obstante, que cuando no conoces un sitio todo te parece lejano y distante, pero éste no fue el caso, todo parecía cercano, y nada más salir del ascensor nuestra habitación era la segunda de la derecha, la 102, de un pasillo largo y repleto de ramos de flores y globos de niño a las puertas de las nuevas mamás, el día que llegamos había muchas más que las de la foto, por el día las retiran a sus casas los padres, pero por las noches aguantan todas las que van llegando a lo largo del día. Esa visión me impactó, los gladiolos y flores de todos los colores lo inundaban todo, al igual que el olor, todo el pasillo parecía un gran bote de perfume abierto que ayudaba todavía más a que este hospital no oliese a hospital.

Nuestra habitación era la 102, tras la puerta marrón chocolate se ocultaba una habitación normalita, en principio casi vacía hasta que la cama de Ana se colocó en su sitio y ocupó la tercera parte de la misma en el parking-bed, no obstante se mostraba relativamente moderna comparada con la de otros hospitales que rápidamente se quedan vetustos en el tiempo. Las paredes blancas combinadas con un verde pastel en algunos trozos se remataban con un gran ventanal al fondo de persianas venecianas, y junto a él y lindando con la cama un  triste sofá verde de dos plazas y sin los cojines que adornaban sus reposabrazos, dejando dos tiras de velcro negro que parecían frenazos de bicicleta. El enfermero estacionó con exactitud la cama en la que transportaba a Ana, lo hizo con tranquilidad y mimo, evitando el impacto del cabecero contra la pared, tal vez no quería perder ningún punto de su carné de conducir, una vez hecho su trabajo nos abandonó en nuestra nueva estancia.

Solos, nos miramos los dos volviendo a remirar de nuevo la habitación, la entrada se había producido con nocturnidad y las luces de la habitación generaban penumbras que aunque favorecían el descanso le daban un cierto toque de soledad a esas cuatro paredes. Charlamos para romper el hielo sobre que si tenía que ser, debía ser y cuanto antes mejor, nos encontrábamos ilusionados pero un poco aturdidos, y estas estábamos cuando entró una gran enfermera, de esas que llenan en demasía su uniforme, con voz pausada y tranquila nos indicó los datos generales que teníamos que saber del hospital y nos preguntó algunos datos y nombres para su ficha de ingreso, nos dijo que la cena ya había pasado (obviamente), pero que le quedaba una cena que sólo atinó a confirmarnos que llevaba jamón de york a la plancha, a lo que Ana que ya se le habían pasado los dolores gracias a los goteros, no le hizo muchos ascos y menos cuando la matrona antes de dejarnos le había dicho que tenía que comer algo.

Mientras ajustaba los nuevos goteros y comprobaba que todo estuviera bien, nos preguntaba sobre la medicación que estaba tomando Ana por la diabetes gestacional, le preguntó las dosis de insulina y le dijo que sería mejor que usase el mismo lápiz con que se pinchaba para evitar tener problemas con un posible cambio de marca o fabricante. Ana le indicó que no habíamos traído nada de nada, ni de ropa de la niña, ni nuestra, ya que habíamos venido en principio por un dolor agudo de tripas a urgencias y nos habíamos encontrado que estaba con contracciones. La enfermera nos indicó con tranquilidad y seguridad, comenzando su frase con ese principio que utilizan siempre los que quieren recurrir a la voz de la experiencia: "yo siempre digo, que lo mejor es traerlo todo, que luego es una falsa alarma y no se necesita nada, pues te lo vuelves a llevar y listo". Así que nada más irse, y dado que tenía que ir a por el lápiz de la diabetes, Ana me empezó a dictar una lista de cosas que tenía que traer, con mi pluma escribía para que no se me olvidara nada en una hoja de papel que tenía en mi bolso, todo lo que no me tenía que dejar, misión difícil ciertamente: "en el cuarto de June, a la derecha, en el armario empotrado encontrarás mis camisones, el bolso rosa y gris que tiene toda su ropita preparada, y que de casualidad la dejé hecha este lunes, los pañales, las toallitas, las cremas y el chamú, sus vestiditos y bodys, de nuestra habitación el neceser,… y así un rol de cosas que algunas me sonaban a chino y notaba como cierto vértigo se expandía dentro de mi, dudando de que la búsqueda que se me planteaba llegase a buen fin.

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