Por la mañana nos fuimos de tapitas, con los estómagos todavía llenos de las bacanales navidades, pero con ganas de salir y de tomar el aire. A June se le cambiaba la cara en cuanto salía a la calle, se le iluminaban los ojos al igual que a la madre al ver las tapas del Sagartoki, y la pregunta sería, y a quién no.
Uno tras otro se iban turnando con los regalos de Navidad, ahora le tocaba el turno a sus tíos Esteban y Sergio. June les esperaba como siempre en la cama y sobre ella recibió los regalos que eran todos de ropa (como debe de ser), cazadora, jersey, camiseta, todas en el tono morado-ciruela que tanto le gusta a June (bueno, gustar, lo que se dice gustar, es a los padres). June los miraba y no los entendía muy bien, pero aguantaba con estoicismo.
Aquí una foto de familia con los tíos magos, la verdad es que apenas con seis meses posaba como toda una profesional cuando se la requería.
Y no fue sólo uno, que hubo mas regalos entre abuelos y tíos. Definitivamente quedó vestida para toda la temporada invierno.
Empezaba el primer día del año, con la calefacción central a tope, el cuerpo con el sueño acumulado de la nochevieja pasada y los estómagos llenos por comer más de lo debido, pero para June era distinto, había comido como siempre, ella no había tenido ni uvas, ni polvorones; había dormido como siempre y se había levantado como siempre, bien temprano, lo que le permitió aprovechar algún resto de la nochevieja como eran las orejitas de playboy y colocárselas para parecer el conejo de la suerte.
Antes de la comida hubo que darle su ración de Ventolín, todavía seguía renqueante con su catarro, que no terminaba de irse y aunque no le gustaba mucho tener que estar parada e inhalando un vapor raro, lo aguantaba como sabiendo que eso era bueno para ella.
En un momento, todo cambió, por la puerta aparecieron sus tíos y primos y fue como si entrara una auténtica avalancha de cariño en casa, sus primos a por June, que aguantaba seria, todavía un poco adormilada por el Ventolín, y notando que tenía algo muy raro en la cabeza.
Luego venía su tía y le soplaba sobre la nuca, pero ella muy digna, como si con ella no fuera la historia.
Al segundo ya estaba Unax haciendo lo mismo, su soplido debía ser más potente ya que June abrió más los ojos, pero todavía era insuficiente para alterar su estado de calma. En breves segundos estaba claro que aparecería Uxue en escena.
Y es que cuando June ve a Uxue se pone como loca, la quiere agarrar, estrujar, apachurrar y realizar como puede un abrazo que acaba convirtiéndose en arañazo, pero entre las dos se entienden muy bien, al menos al principio, más principio que nunca, del año.
Si hay algo que le puede volver loca a June son los móviles y los mandos de la televisión, es impresionante como se lanza a por ellos abandonando cualquier otro juguete que tenga entre sus manos. Si alguno consigue caer en su poder lo toquitea a sabiendas con el dedo, conocedora que con el dedo se pueden tocar cosas y hacer que suceda algo.
La misma cara de asombro que tiene al ver un móvil, se vuelve en perplejidad al quitárselo de su alcance. Aviso a navegantes, no dejéis el móvil cerca de June, peligra.
Pasó la noche de Nochevieja, June se comportó como una niña buena y antes de las campanadas, la verdad que mucho antes, ya estaba plegando la oreja, mientras los mayores nos atragantábamos con las uvas y peleábamos por ver qué veíamos en la tele. El día de año nuevo amaneció pronto para June y para sus padres, no tanto para el resto de la familia, que en cuanto se despertaron comenzaron a llevar todos los regalos para June.
Sobre la cama regalos y más regalos, ropa grande y juguetes, que June abría con curiosidad, destrozando los papeles con firmeza y autoridad. Disfrutaba rompiendo lo que habitualmente se le quita de las manos, y le costaba entender la alegría y los coros de los mayores que acompañaban a sus acciones con gritos y aplausos.
Los abuelos uno a cada lado la escoltaban y sonreían sus gracias, aunque a June le costase entenderlas. Comenzaba el primer día del 2012 y a June le llovían regalos del cielo.
Salimos a pasear mientras la noche le ganaba la batalla al día en el último día del año, y coincidimos con la San Silvestre de Gasteiz, el frío era fuerte, y con la llegada de la noche más. June desde su carro, bien abrigada y a conjunto con el carro, veía pasar a la gente corriendo a su lado y se quedaba un poco hipnotizada con ellos, el sopor de la tarde al calor de la cocina la había dejado aletargada, pero con esa gente corriendo a su lado se empezaba a despertar por momentos.
Aunque también te puede entrar sueño con tanto movimiento. De nuevo se durmió, esperamos para ver la salida de la carrera y entre empujones y tramposos que recortan espacio para llegar cuanto antes a la meta, nos marchamos para casa a celebrar la Nochevieja en familia.
Para Nochevieja marchamos a Vitoria, era el momento de entrar en un nuevo año disfrutándolo en familia y sobre todo que disfrutaran sus abuelos, tíos y primos de la nueva nieta. June en el viaje se portó como siempre genial, apenas tuvimos que parar. Ya en casa de sus abuelos se hizo como siempre la reina de la fiesta.
El día 31 tocaba hacer los preparativos de la cena, pero a June poco le importaban, se quedó dormida entre ruidos de cacerolas y chup-chup de ollas, las conversaciones poco parecían importarle y al calor del horno y el cariño de todos dormía plácidamente como si se fuera a acabar el año.
Daba gusto verla con sus manitas tan pequeñas y sus mofletes sonrojados por el calor, con la cabeza buscando almohada en el carro y soñando con placidez.
Era imposible no mirarla, era difícil no enamorarte de ella y desear entrar en sus sueños, viajar con ella al mundo de la inocencia para regresar con una miga de pan de su mundo.
Mientras sobre la cocina se arremolinaban cacerolas y comidas, los mejores manjares para una noche especial, bacalao con tomate, langostinos y muchos entrantes marca de la casa.
La tarde se pasó con los últimos rayos de luz entrando por la ventana, conversaciones de hija y madre, y con June resoplando de felicidad.
Al final tocó despertarla y vestirla para sacarla a dar un paseo. Sobre el taquillón el belén que se mueve, que ya su brazo pequeño quiere tirar y restructurar, ahora tocaba prepararse para la cena de nochevieja, aunque June no aguantase tanto.
El día de Navidad tocaba la vuelta en casa de mis padres, así que sin hambre y la cabeza ya más despejada nos fuimos para su casa. Fuera hacía frío, aunque algún rayo de solo quería iluminar con fuerza ese día tan señalado. Al llegar a casa todas las atenciones se fueron hacia la nieta, y lo primero era darle el biberón. La abuela ya se encargó de ser la primera y única en hacerlo.
Se acomodó a June sobre su cuerpo y con la seriedad que da el sólo pensar en que se lo beba todo, asistíamos a un momento íntimo de abuela y nieta, de Goñi a Goñi. Las dos se tomaron su tiempo con tranquilidad y sin pausa, y en un segundo, June ya había tomado su primera comida de Navidad.
Ver juntas a las dos es un auténtico placer, la mayor le habla, le contesta, se ríe, le juega, le enseña, la entretiene. La pequeña le balbucea, se ríe, la marea, le llora, la vuelve loca y la agota. Entre las dos se lo pasan bien, lo que la una necesita lo cubre la otra y viceversa.
Después de ella llegó la comida de Navidad para los mayores, sin hambre nos sentamos a la mesa repleta de alimentos, como siempre en casa de los padres, y allí entre peleas por abrir o no abrir un vino y "come un poco más" pasamos una buena comida de Navidad los cuatro juntos.
Amanecía el día de Navidad en el horario de June, poco entendía que la nochebuena se alargara más de lo debido y de que las últimas copas de champán todavía estuvieran correteando por la cabeza de uno. Su madre peleaba por dormir un poco más, pero June no estaba por la labor.
Desde el salón y mientras en la tele repetían los programas del día anterior jugueteaba con el regalo que le había venido de su amigo invisible en la guardería. Mientras no paraba de decir pa-pá, pa-pá sin parar, era un sonido que pese a la resaca se mostraba agradable por la novedad.
Llegó diciembre y amanecía el día de Nochebuena, tocaba mucho trabajo, teníamos a la familia en casa en la primera Navidad de June, así que había que cocinar y bastante. Se despertó June prontito, como siempre, con su sonrisa de siempre, y lo primero que hice fue ensartarle el gorro de Papá Noël que teníamos por ahí de la última cena de la oficina.
Tal vez fue el sombrero de "Papá" Noël, o que simplemente le dio por ahí, pero el caso es que comenzó a balbucear su primera palabra audible, comenzó a repetir "pa-pá, pa-pá," como una metralleta, tal y como podéis ver en el vídeo, nosotros no podíamos por más que morirnos de risa.
Tras la experiencia un poco negativa de la fruta chafada, su madre decidió una nueva estrategia, "probemos con los potitos" se dijo a sí misma buscando su propia aprobación, y dicho y hecho. Volvió a colocar a June en su silla de pruebas alimentarias, abrió un bote de potitos de frutas y cuchara en mano procedió a la prueba.
Y la prueba fue muy satisfactoria, le encantaban, se lo comía sin ningún tipo de problema, aquel potito parecía tener algo mágico que no tenían ni el plátano, ni la naranja naturales del otro día. Tal vez fuera el sabor que era más dulce, o la textura más triturada, o que tenía más hambre, o que la pillamos en el día de que sí, o que nos ha salido consumista y sólo le gustan las cosas con marca.
Sea lo que sea, ese día por fin triunfamos, potitos power for June.
Ahora le tocaba la experiencia de las frutas, un nuevo día de pruebas y de descubrir sabores nuevos, seguro que otro día de debate entre madre e hija. Ana le preparó con unos plátanos y naranjas una papilla de frutas que trituró con esmero y que no se privaba de probar de vez en cuando relamiéndose con la lengua.
June enseguida nos empezó a mirar con cara extrañada, notaba que pasaba algo, tanta parafernalia para las papillas de todos los días no podía ser, me miraba buscando ayuda, mientras su madre ya encaminaba la cuchara hacia su boca.
Por los ojos que ponía, notaba que le estaban dando algo distinto, pedía clemencia a la madre, pidiendo las papillas que tan bien se tomaba ya, pero su madre sólo le contestaba con una sonrisa y seguía penetrando su boca con la cuchara.
Al final abrió la boca, degustó en la misma la papilla, se quedó con una mirada extraña, a la vez que oía voces de: "ves que bueno", "¿A que está rico?". Pero no se veía contestación, unos segundos de silencio impregnaron la cocina, ¿le gustaría o no le gustaría?
El silencio se rompió con un manotazo de June, que traducido al cristiano quería decir que no quería más de eso que le estábamos dando, su madre seguía insistiendo.
Y tanto insistía que entre una y otra, se metía una cucharada para el buche, exagerando la satisfacción que le producía para que su hija la imitara y comprendiera.
Pero nada más lejos de la realidad, June saca el apellido Goñi y cuando dice que no, es que no. Por suerte a las horas se le ha olvidado y se come todas las frutas como si las hubiera comido toda la vida.
