miércoles, 29 de junio de 2011

Nacimiento June 09: Plegar y plegar lo plegado para desplegar y volver a plegar



Al rato, mientras permanecíamos más atentos a la máquina que a los bombos el día de la lotería, entró una mujer mayorcita vestida de calle, entró con celeridad y seguridad, y sin mirarnos a la cara y con la mirada directa hacia la máquina se presentó como Pilar y dijo que era nuestra matrona, todo esto lo dijo apachurrando las palabras entre sí, de lo acelerada que iba. Vestía de paisano, con una blusa de flores entallada y pantalón, y demostraba una gran energía para su edad que rondaría los 58 ó 60 años, de rostro seguro pero con el mismo ceño fruncido que nuestra anterior matrona, gesto que acentuaba ocultando sus ojos detrás de unas gafas que se subía permanentemente y a las que remataba un cómodo pelo corto.

"Hablé contigo ayer, verdad" le dijo Ana, dándose cuenta que había sido una de las matronas del famoso partido de tenis que nos tocó vivir la noche anterior, pero Pilar como sino fuera con ella ya había tomado el papel de la máquina y analizaba el test basal con impaciencia. Miró el papel una y otra vez, lo plegaba y lo desplegaba, en un movimiento compulsivo que iba más allá de lo normal, lo volvió a mirar y a desplegar para volver a plegarlo, parecía que buscaba algo que no conseguía ver y que parecía no gustarle, de vez en cuando nos lanzaba una pregunta sobre lo sucedido anoche, las preguntas eran como saetas que había que contestar con brevedad y exactitud, ciertamente, habría valido para dirigir un interrogatorio, cuando respondíamos a una pregunta se hacía el silencio en la habitación, y nada nos decía si la respuesta había sido correcta o incorrecta, hasta que nos volvía a lanzar la siguiente pregunta, y una vez contestada, volvía a mirar y mirar las líneas que grababa el aparato, que apenas había avanzado unos pocos centímetros, y volvía a desplegar y plegar los papeles con el mismo tic de gesto.

Dejó los papeles plegados debajo del aparato, para que los aguantara con su leve peso y comprobó que los cintos estuvieran bien puestos, los movió para un lado y para otro, y se marchó como había entrado, cual demonio de Tasmania, dejando un rastro de torbellino en su estela. La puerta se cerró bruscamente por su corriente generada, Ana y yo nos miramos como intentando encontrarle sentido a lo que había sucedido, pero era difícil, el único hecho claro es que teníamos nueva matrona, y que parecía toda una mujer de armas tomar. Apenas habrían pasado unos minutos cuando volvió a entrar, se abría la puerta y a los dos segundos ya estaba en medio de la habitación, parecía que tenía un don sobrenatural, y ya estaba de nuevo mirando los papeles, plegando y desplegándolos con su estilo personal, el monitor seguía pitando, y Pilar miraba los papeles cruzando la cara con un gesto de poca aprobación, mientras sus manos volvían a plegar y desplegar la tira de papel. Cruce con Ana una mirada impresionado de nuevo por la escena y el silencio que se generaba y para cuando me quise dar cuenta ya no estaba, había vuelto a desaparecer a la velocidad del rayo.

Era patente que algo no marchaba bien, pero nadie parecía decir nada, June seguía estática o con poco movimiento, no hacía falta ser matrona para entender ya aquellas líneas y los números que marcaban, y aquella máquina era la que nos aportaba tranquilidad, se movería poco, pero estaba allí, de vez en cuando brincando un poco para recordarnos que no nos teníamos que preocupar.

martes, 28 de junio de 2011

Nacimiento June 08: La matrona que no sabía darle al print



No habían dado las 6 de la mañana cuando ya estaba más despierto que un lince, la verdad que había dormido muy poco, me imagino que igual que Ana, aunque cuando con cariño los dos nos preguntamos qué tal habíamos dormido, los dos nos mentimos con la misma intención, la de no preocupar el uno al otro. Ciertamente había sido una noche rara y confusa y el día no parecía empezar con otras dosis diferentes, aunque nosotros, aparentemente o no, estábamos bastante tranquilos.

Después de charlar un rato de cama a sofá-cama, me decidí a levantarme, la comodidad de mi lecho y su colchoncillo, tampoco es que diera para mucho más. Tocaba hacer recuperar al sofá-cama su posición original de sofá, y no tuvo nada que ver con lo que me costó sacarlo la noche anterior, en dos movimientos ya estaba apoyado sobre la pared como si no hubiera pasado nada. Mientras me aseaba ya entraron un par de enfermeras a comprobar los goteros, el ajetreo en planta, como en todos los hospitales se empezaba a notar bien pronto. No habían hecho más que salir cuando les tomaba el relevo Ana Muñoz, la matrona de la noche, que venía muy temprano, ella tampoco había dormido mucho, ahora vestía de uniforme hospitalario, parecía diferente, había abandonado su look paisano de la noche. Entró con el mismo garbo que llevaba siempre y empujaba el carrito con las correas y el monitor, mientras cruzaba cuatro palabras con nosotros ya estaba colocándole los cintos a Ana y monitorizándola, los cintos desde luego fueron puestos con menos cariño que con el ginecólogo de la noche, pero a la matrona lo que le interesaba es que estuvieran bien colocados, apretaba bien para un lado y para otro, hasta que le parecía que la máquina emitía los sonidos más correctos, se quedó mirando unos segundos al monitor de la máquina y tocando teclas y nos abandonó con un "ahora vuelvo" mientras el aparato continuaba emitiendo los sonidos del interior de la tripa de Ana.

Así comenzó un nueve de junio de dos mil once, con una máquina pitando y nosotros esperando ver que pasaría durante ese día, impresionados todavía por la velocidad de la entrada y de la salida de la matrona y pensando que menos mal que nos habíamos despertado pronto. Pronto entraron enfermeras y enfermeros dispuestos a tomar la tensión y comprobar la temperatura, mientras una cogía un brazo la otra colocaba el termómetro en la axila, llevaban una completa coreografía y coordinación, en la que ninguna se solapaba ni interrumpía en las acciones y más todavía cuando entraron las del desayuno y lo dejaron en un visto y no visto, tras un pitido, recogieron y se marcharon como habían venido dispuestas a irrumpir en la habitación siguiente. Ana se hizo la prueba del azúcar, que ahora por la mañana salió bien, y me tocó a mi pincharle la insulina en el brazo antes de desayunar, mientras dos gotas de sudor corrían por mi frente preparé la pluma y pinché, sólo el ver que no había hecho daño me tranquilizó levemente.

Mirábamos con atención los resultados de la máquina, pero nos sorprendía que no salía ningún papel a diferencia de la noche anterior, esperamos un poco por si era cuestión de tiempo, pero transcurridos cinco minutos más, nos dimos cuenta que se había olvidado de darle al botón de print, entre tantas teclas se hacía olvidado de esa, pero confiamos, dulce ingenuidad, en que la máquina tuviese memoria y guardase los datos para no perder todos los datos que iba obteniendo, en este pensamiento estábamos cuando entró la matrona con su rapidez acostumbrada y tras quedarse plantada enfrente de la máquina y dudar unos segundos, gesticuló con su cara siendo consciente de su torpeza, para volver a meter todos los datos y ahora sí darle al print, no obstante, retuvo sus piernas que ya querían salir de la habitación un tiempo, hasta que comprobó que los datos salían impresos, "ahora vuelvo", nos volvió a repetir.

Después de un tiempo la máquina empezó a imprimir datos, líneas y curvas, que se parecían bastante a los de la noche anterior, las contracciones ciertamente habían bajado, Ana ya no tenía dolores, pero los movimientos que afectaban a June seguían siendo poco activos, su movimiento era más bien escaso, tan sólo cuando de vez en cuando volvía a aparecer la matrona y colocaba a Ana en posición lateral después de meterle unos buenos empentones en la tripa, se activaba algo, aunque esa postura fuera un poco más dolorosa para Ana, "ahora vuelvo", nos dijo de nuevo mientras se marchaba y los dos nos quedamos en aquella habitación 102 mirando los numeritos de una máquina que no paraba de pitar el eco que oía desde el interior de la barriga de Ana.

viernes, 24 de junio de 2011

Nacimiento June 07: La cama de Robocop contra el sofá verde


El regreso hacia la clínica resultó fugaz en mi mente, en la velocidad, prudente, no era el momento de pensar en conducir de otra forma cuando mis pensamientos volaban de un lado a otro, intrigado por el futuro sabiendo que se vivía en este presente. Al llegar decidí no obstante intentar otra entrada para evitar las mareantes rotondas que pasaba al cruzar Montecanal. Tomé la entrada de Vía Hispanidad y crucé las dedos sobre el volante, sin apenas darme cuenta ya estaba en la clínica, mucho mejor camino para llegar al hospital ciertamente.

Aparqué el coche, tenía muchas opciones a esta hora. Descargué todas las bolsas, el ordenador, el neceser, las ropas, los pañales y todo tipo de bultos, en verdad cualquier imagen de Paco Martínez Soria llegando del pueblo a la ciudad se parecía bastante a la pose que tenía en esos momentos. Entré por urgencias y el enfermero y el ginecólogo amable ya estaban atendiendo a otra paciente, pasé por el pasillo como el hombre invisible y recorrí cargado con mis bártulos el mismo camino que había hecho hacía poco más de una hora, recto, iquierda, derecha, izquierda y ascensor para volver a ascender hasta un primero tan sólo. Alguna bolsa ya resbalaba por mis dedos con clara intención de salir de mi control, pero no lo consiguió. Empujé con mi espalda la puerta de la 102 y allí estaba Ana, sobre su cama de Robocop y con el fenomenal camisón del hospital puesto, un camisón de color verde pastel y de los de a culo abierto. Se le cambió un poco la cara al verme y una sonrisa esbozó de alegría su mirada, me imagino que en esta hora, a ella también le habría dado para pensar un rato.

Abrí el estirado armario empotrado y coloqué como pude, y como buen jugador de tetris, todo lo que había traído desde casa, sacaba todo y repasaba junto con Ana la lista que habíamos preparado, su cara asentía que del todo no había hecho mal los deberes, me pareció un poco optimista cuando vi como quedaba el armario de ordenado y estoy convencido de que ella lo hubiera hecho mucho mejor. Me senté un poco en un sillón azul que estaba en un rincón, era un sillón de respaldo abatible pero indómito, necesitaba de una pared para controlar que no se abriera del todo, así nos miramos y charlamos un rato analizando y comentando el día y lo poco satisfactoria que había estado la cena, aunque con alguna broma conseguí arrancar una nueva sonrisa de su cara.

Tras relajarme un poco me cambié y me coloqué frente a frente con ese sofá de aspecto triste que decían en el hospital que sería mi cama, y cómodo lo que se dice cómodo no sería su adjetivo más acertado en una descripción, de frente parecía un sofá de esos de saldo o de oferta, aparentemente de dos plazas que parecen de enamorados, ya que por obligación se está juntitos y muy juntitos, su color verde jaspeado tampoco atraía demasiado. Me armé de valor y arrancando sus cojines que servían de asiento, descubrí que entre sus tripas, un armazón de hierros con forma de somier ocultaba en su interior un minicolchón de escaso grosor. Por dentro era como una cama turca de toda la vida, así que atreví y tiré de un asa que tenía sobre su armazón, y conforme tiraba del asa, el sofá se venía conmigo, sin salir la cama para nada, tan sólo había ascendido unos 45 grados, tiré un poco más y me di cuenta que la perspectiva de la habitación había cambiado, el sofá estaba casi en medio de la habitación, para la risa de Ana. Volví a empujarlo contra la pared, y con un pie a modo de tope, tiré hasta que el movimiento uno de salida se ejecutó sin problemas, por suerte los movimientos dos y tres de la clásica cama turca se realizaron sin mayor problema.

Desplegado todo el sofá, convertido en cama ahora, dejó ver en toda su plenitud a un colchoncillo de apenas 7 centímetros, rematado con una funda protectora azul con aguas que auguraba una noche de poco dormir. Tras hacerse la prueba del azúcar de Ana, que salió más alta de lo debido, y sobre las tres y media de la mañana, me acabé de tumbar, en una habitación que hacía calor y donde intentamos dormir, ella en su cama de Robocop y yo, un poco más abajo, en mi sofá-cama verde, un poco separados por una mesilla-mesa de hospital, pero unidos por mucho más.

jueves, 23 de junio de 2011

Nacimiento June 06: Noche de luna y lobos



Mientras yo repasaba la lista de cosas a traer, por la puerta volvió a entrar la enfermera con la comanda, Ana se ajustó la cama de Robocop a la altura correcta para saborear el gustoso manjar que le traían, ilusión que empezó a desaparecer al abrir las tapas grises con que cierran los platos, para mantener el calor o tal vez mantener la creencia de que van a estar buenos. Dejé a Ana en su habitación saboreando con disgusto una sopa de ni fu ni fa, y un jamón de York a la planca en exceso grasiento y adornado con un trozo de piña, también a la plancha de aspecto difícilmente clasificable.

Me monté en el coche en una noche que a pesar de ser cerrada, la luna le otorgaba un precioso color azul al cielo, salí de la clínica hacia casa tomando de nuevo la Z40, pero ahora en el otro sentido, que el camino se hace y es más corto. Las sensaciones que me invadieron en ese momento son difícilmente explicables, a pesar de poder ir un poco más deprisa para intentar hacerlo todo lo más rápido posible, un sentimiento de tranquilidad intentaba compensar lo que por mi mente y cuerpo estaba sucediendo en ese momento, coloqué el limitador de velocidad a 110 y disfruté del camino de vuelta de una forma un tanto egoísta, sentía que ese viaje que comenzaba significaba en cierta forma un antes y un después en mi vida, un viaje del que no sentía vértigo pero si gran responsabilidad. Absorto en mis pensamientos, ensimismado en lo que podía venir y analizando todas las posibilidades y líneas de actuación, como suelo hacer siempre, me encontré casi en el desvío que llevaba a casa, la media luna seguía iluminando una noche que se mostraba ciertamente luminosa y bonita, al tomar la calle de entrada a la urbanización, el silencio se había apoderado de sus calles y las farolas me marcaban el camino a seguir, de repente, frente a mi coche, suerte que iba despacio, se cruzaron dos lobos o perros salvajes, zorros seguro que no eran, se pararon frente al coche mientras cruzaban por el medio de la calle, me miraron con sus ojos luminosos del reflejo de mis ojos y siguieron su camino en dirección hacia el Gállego, fue un momento en el que me quedé atónito, perplejo y sin mucha capacidad de reacción, impresionado para el coche para verlos y bajé mi ventanilla, pero con su mismo paso tranquilo sólo pude ver como salían de la luz que las farolas proyectaban sobre el suelo para entrar en la oscuridad de la ribera del río, donde como dos sombras se perdieron en la noche. Continué de nuevo, todavía un poco sin saber que había pasado ciertamente, para parar a los pocos segundos a la puerta de casa.

Una vez que entré en casa ya se me había olvidado todo lo que me había pasado hacía apenas unos segundos, ahora tocaba la operación "recolección infantil", entré en la cocina donde todavía quedaban los olores de la cena, y en la casa reinaba un silencio como no había sentido nunca, las habitaciones parecían hasta distintas, algo en el ambiente decía que algo iba a suceder, y las paredes parecía que se preparaban a lo que les venía dentro de poco, a sabiendas de que ya no volverían nunca a ser las mismas con un ser pequeño en la casa, a lo que se sumaban en solidaridad los jarrones y las figuras que empezaban a temer por su estabilidad, añorando sus años de buena vida. Con nerviosa tranquilidad busqué el papel donde había anotado mis deberes y empecé a recopilar todo lo que me tenía que llevar, en la habitación de June irrumpí en su armario por primera vez, era algo que no había hecho nunca y me encontré toda su ropita de muñeca ordenada milimétricamente y con cariño como sólo puede hacerlo su madre, todo estaba en su sitio, controlado y ordenado, estaba tan bien todo que daba apuro hasta sacarlo de ahí para llevármelo. Lo intenté colocar todo lo mejor que pude, como lo haría su madre, pero seguro que me quedé en el como, tachaba de la lista mentalmente lo ya encontrado, y buscaba piso arriba, piso abajo, lo que me quedaba, cuando ya lo tuve todo, miré hacia atrás, pulsé la alarma y cerré la puerta dispuesto a abrir otras más.

miércoles, 22 de junio de 2011

Nacimiento June 05: Un pasillo lleno de flores y vida



Tras pasar por el laberinto de puertas tipo Oeste de los hospitales, cruces y letreros de urgencias se nos quedaban detrás, un enfermero con habilidad pasmosa desplazaba la cama de Ana de un lado a otro como si estuviera corriendo una competición de Fórmula 1 de camas de hospital, en una cama de esas tipo Robocop, repleta de accesorios por todos lados, y con un mando con más teclas que un mando de televisión, era una cama de las de mírame y no me toques, y menos, si no sabes donde tocas. Llegamos al ascensor, y nos subimos en él, de la planta 0 a la planta 1, la verdad que el viaje largo, lo que se dice largo no estaba siendo. Es curioso, no obstante, que cuando no conoces un sitio todo te parece lejano y distante, pero éste no fue el caso, todo parecía cercano, y nada más salir del ascensor nuestra habitación era la segunda de la derecha, la 102, de un pasillo largo y repleto de ramos de flores y globos de niño a las puertas de las nuevas mamás, el día que llegamos había muchas más que las de la foto, por el día las retiran a sus casas los padres, pero por las noches aguantan todas las que van llegando a lo largo del día. Esa visión me impactó, los gladiolos y flores de todos los colores lo inundaban todo, al igual que el olor, todo el pasillo parecía un gran bote de perfume abierto que ayudaba todavía más a que este hospital no oliese a hospital.

Nuestra habitación era la 102, tras la puerta marrón chocolate se ocultaba una habitación normalita, en principio casi vacía hasta que la cama de Ana se colocó en su sitio y ocupó la tercera parte de la misma en el parking-bed, no obstante se mostraba relativamente moderna comparada con la de otros hospitales que rápidamente se quedan vetustos en el tiempo. Las paredes blancas combinadas con un verde pastel en algunos trozos se remataban con un gran ventanal al fondo de persianas venecianas, y junto a él y lindando con la cama un  triste sofá verde de dos plazas y sin los cojines que adornaban sus reposabrazos, dejando dos tiras de velcro negro que parecían frenazos de bicicleta. El enfermero estacionó con exactitud la cama en la que transportaba a Ana, lo hizo con tranquilidad y mimo, evitando el impacto del cabecero contra la pared, tal vez no quería perder ningún punto de su carné de conducir, una vez hecho su trabajo nos abandonó en nuestra nueva estancia.

Solos, nos miramos los dos volviendo a remirar de nuevo la habitación, la entrada se había producido con nocturnidad y las luces de la habitación generaban penumbras que aunque favorecían el descanso le daban un cierto toque de soledad a esas cuatro paredes. Charlamos para romper el hielo sobre que si tenía que ser, debía ser y cuanto antes mejor, nos encontrábamos ilusionados pero un poco aturdidos, y estas estábamos cuando entró una gran enfermera, de esas que llenan en demasía su uniforme, con voz pausada y tranquila nos indicó los datos generales que teníamos que saber del hospital y nos preguntó algunos datos y nombres para su ficha de ingreso, nos dijo que la cena ya había pasado (obviamente), pero que le quedaba una cena que sólo atinó a confirmarnos que llevaba jamón de york a la plancha, a lo que Ana que ya se le habían pasado los dolores gracias a los goteros, no le hizo muchos ascos y menos cuando la matrona antes de dejarnos le había dicho que tenía que comer algo.

Mientras ajustaba los nuevos goteros y comprobaba que todo estuviera bien, nos preguntaba sobre la medicación que estaba tomando Ana por la diabetes gestacional, le preguntó las dosis de insulina y le dijo que sería mejor que usase el mismo lápiz con que se pinchaba para evitar tener problemas con un posible cambio de marca o fabricante. Ana le indicó que no habíamos traído nada de nada, ni de ropa de la niña, ni nuestra, ya que habíamos venido en principio por un dolor agudo de tripas a urgencias y nos habíamos encontrado que estaba con contracciones. La enfermera nos indicó con tranquilidad y seguridad, comenzando su frase con ese principio que utilizan siempre los que quieren recurrir a la voz de la experiencia: "yo siempre digo, que lo mejor es traerlo todo, que luego es una falsa alarma y no se necesita nada, pues te lo vuelves a llevar y listo". Así que nada más irse, y dado que tenía que ir a por el lápiz de la diabetes, Ana me empezó a dictar una lista de cosas que tenía que traer, con mi pluma escribía para que no se me olvidara nada en una hoja de papel que tenía en mi bolso, todo lo que no me tenía que dejar, misión difícil ciertamente: "en el cuarto de June, a la derecha, en el armario empotrado encontrarás mis camisones, el bolso rosa y gris que tiene toda su ropita preparada, y que de casualidad la dejé hecha este lunes, los pañales, las toallitas, las cremas y el chamú, sus vestiditos y bodys, de nuestra habitación el neceser,… y así un rol de cosas que algunas me sonaban a chino y notaba como cierto vértigo se expandía dentro de mi, dudando de que la búsqueda que se me planteaba llegase a buen fin.

martes, 21 de junio de 2011

Nacimiento June 04: Verde que te quiero verde



Pronto llegó la matrona, era Ana Muñoz, vestía de paisano y tendría unos cincuenta y tantos años, pequeña, pero segura, de pelo medio liso y con una cara de no hacer muchos amigos, aunque su voz y sus palabras se mostraban más diligentes, tenía ese gesto del que controla una situación de riesgo que a los demás pone muy nervioso, estaba claro que no era la primera vez que vivía algo parecido. Le explicamos sincopadamente toda nuestra historia nocturna, e inmediatamente, sin gruñido, pero sin dulzura, hizo abrir de piernas a Ana, se colocó un guante y la exploró con su mano, a pesar de la crudeza de la imagen, el rostro de Ana mostraba que no le hacía daño, tras dar unos giros con la mano y penetrar los dedos todo lo posible dijo: "estás muy verde, muy verde", frase que luego he podido comprobar que es muy típica en las matronas, y que no se refiere a que por los dolores te estás convirtiendo en una pequeña Hulk, sino a lo lejos que queda todavía el parto. "La cabeza está muy lejos todavía, no está encajada, estás muy verde, muy verde". Sus palabras, a pesar de teñir de color la escena, resultaron tranquilizadoras, independientemente de su contenido, una matrona es una matrona, si alguien podía hablar con autoridad era ella, cuando uno entra en estos terrenos desconocidos lo que más necesita es seguridad y no tibieza, y después de saber que tenía contracciones y pensar que vas a parir ahora mismo, pasas a pensar que pronto volverás a casa a ver acabar la película de Bruce Lee.

Por un lado nos quedamos tranquilos y relajados, ya sabíamos que Ana no estaba de parto, tan sólo había que estar pendientes, la cuenta atrás había empezado, ya nos podíamos hacer a la idea que la llegada iba en serio; por otro lado, cierto desconsuelo, ya que si algo tenía que suceder que sucediera cuanto antes, no nos apetecía vivir en una constante intranquilidad. Ahora sí que hizo acto de presencia el enfermero y se percató enseguida de la vía que le había puesto el ginecólogo de urgencias, se la mostró a Ana y ambos esbozaron una sonrisa de las que te muerdes el labio inferior, miraban con curiosidad la tela de araña que con esparadrapo había elaborado con mimo y tesón su compañero, que por suerte no apareció en esos momentos. Tirón a tirón la fueron retirando la obra de arte de su superior y le colocaron algo un poco más apañado, mientras balbucea el enfermento: "zapatero a tus zapatos".

Nos dejaron monitorizados con las correas, poco a poco bajaba la intensidad de las contracciones y los dolores, prácticamente le habían desaparecido a Ana, el ginecólogo apareció, pero nadie hizo ningún comentario acerca del vendaje, junto con la matrona, miró la hoja que salía de la máquina, señaló el skyline del movimiento del bebé y murmuró a lo bajo algo con ella, aunque lo veíamos no nos preocupó, estábamos ciertamente tranquilos, a nosotros nos hipnotizaba el ruido y los números que aparecían en la pantalla de la máquina. Tras un rato en el que después de mirar y mirar, y continuar hablando en voz baja entre ellos, nos dijeron que ya se había avisado a nuestro ginecólogo Jorge Iranzo y que por precaución nos iban a dejar hospitalizados para seguir monitorizando por la mañana y tener más datos, que todo estaba bien, pero que les preocupaba en cierta forma la pasividad del bebé en el interior, se movía demasiado poco para las contracciones que se tenían. Asentimos como cuando se asiente ante algo que no puedes cambiar y nos guiaron entre los pasillos de urgencias con la cama de Ana y yo detrás, hacia la habitación en la Clínica Viamed de Montecanal.

lunes, 20 de junio de 2011

Nacimiento June 03: Las contracciones son "al", "del" y las del parto



Pasaron a Ana a una cama de urgencias, la última de la estancia, la más recóndita, tal vez intuyendo que necesitábamos algo de intimidad, la tumbaron y provistos de unos goteros para calmar el dolor le pusieron una vía, vía que al final tuvo que poner el ginecólogo de urgencias, ya que el enfermero o estaba atendiendo otra cosa o había sabido desaparecer en el momento exacto. El hombre puso todo su empeño, y aunque se sentía como un mecánico de Ferrari en un taller del Carrefour, se le veía con ganas de hacerlo bien, Ana le avisó: "tengo unas venas muy malas", lo que provocó más tensión en el afamado médico venido a enfermero, el primer intento no fue un éxito, pero hay que reconocer que le puso cariño y ganas, el segundo fue mejor y un brillo de triunfo se veía en sus ojos, mientras, el enfermero seguía sin aparecer, lo peor ya estaba hecho, aunque tocaba poner el esparadrapo para sujetar la vía, si la eficiencia del ginecólogo-enfermero se había cuestionado con el segundo intento, con el esparadrapo se vino abajo toda su imagen y se hizo latente el refrán de "zapatero a tus zapatos", se hizo tal nudo con las vendas y el esparadrapo que le dejó a Ana sobre la mano una auténtica maraña que más parecía una montaña rusa adhesiva.

Los goteros empezaron a hacer efecto pronto, el ginecólogo seguía hablando con la matrona y se decidió a monitorizar a Ana, llegó con un carrito con ruedas y una máquina encima que tenía aspecto de una pequeña máquina registradora, fue en ese momento cuando entendí que era eso de "las correas"o "los cintos" que emplean cuando hablan de las embarazadas ante de dar a luz, también se tuvo que prestar a colocarlas nuestro esforzado ginecólogo al que ya íbamos descubriendo como un chaval joven, de buena planta y con socarrón y silencioso sentido del humor, colocó los cintos, ante la ausencia sempiterna del enfermero, una vez bien colocados se dedicó a toquitear la máquina intentando que el papel se pusiera en marcha a la par que la máquina empezaba a emitir ruiditos con eco de ultratumba, tras un rato lo consiguió y nada más verlo dijo: "tu tienes contracciones", esa palabra resonó en nuestras cabezas delatando lo ignorantes que habíamos sido, Ana intentó defenderse: "el dolor si que me empezaba desde los riñones, pero era un dolor constante muy fuerte, no se iba y venía", a lo que el ginecólogo sin quitar la vista del aparato volvió a afirmar: "tu tienes contracciones, sí, sí, tu tienes contracciones", mientras lo decía movía la cabeza rítmicamente en sentido vertical, y se podía ver de fondo la tripa de Ana que tomaba una forma de huevo y se ponía dura tremendamente a la par que los números de la máquina empezaban a subir, para cuando comenzaban a bajar, disminuir también la tripa. Así nos dejó durante un rato, solos mientras la máquina subía y bajaba al compás de la tripa, los dolores comenzaron a bajar, pero la máquina delataba todas las contracciones de una forma pasmosa, el médico volvía de vez en cuando y miraba continuamente el papel que se iba imprimiendo y las dos líneas que sobre él se marcaban, se marchaba y volvía, algo en su gesto, delataba, a pesar de su esbozo de sonrisa, que no iba del todo bien.

viernes, 17 de junio de 2011

Nacimiento June 02: Las matronas y pasa la pelota



Esta vez no nos perdimos camino de la Clínica Montecanal, es más, la encontramos más bien pronto, la oscuridad de la entrada otorgaba cierta tranquilidad a una recepción de urgencias, en un hospital que no huele a hospital y eso siempre se agradece. Nos dijeron que teníamos que llamar a la matrona, y entonces entendimos que tal vez los dolores de tripa podrían tener que ver con el parto de Ana, además curiosamente la teníamos que llamar el lunes siguiente para que le realizase a Ana el test basal. Mientras Ana buscaba entre dolores y papeles el teléfono de Ana Pintos, nuestra matrona, el enfermero optó en silencio por marcar su teléfono y ofrecérselo a Ana ante su pertinaz intranquilidad de dolor. "Hola Ana, soy Ana, no nos conocemos todavía…" decía Ana disimulando su tono de voz, del que intentaba eliminar cualquier atisbo de estar pasándolo mal, aunque tan sólo se quedaba en el intento. Ana Pintos nos remitió a llamar a Pilar, otra matrona, al llamar a Pilar, Pilar dijo que vaya cara tenía Ana, y nos remitió a llamar a Ana Muñoz, mientras marcaba de nuevo el enfermero para llamar a la tercera matrona, tenía la sensación de estar en un partido de tenis en el que todo el mundo se pasaba la pelota, de Ana a Pilar, de Pilar a otra Ana y definitivamente punto y saque para la última matrona. Ana Muñoz, tras hablar con Ana le pidió que le pasara el teléfono con el ginecólogo de urgencia que en el intervalo del partido de tenis, digno de la copa Davis, había hecho acto de presencia en la recepción. Ciertamente a las 12 de la noche a nadie le apetece que le saquen de casa por un aparente posible parto que tenía poco de lo último.

Tras hablar con el ginecólogo nos pasaron a la consulta de urgencias, un poco mareados entre tanta matrona, la semioscuridad del despacho alumbraba algunos cuadros con dibujos médicos de genitales femeninos perdidos sobre una pared de glauco color. Ana pasó a una camilla tapada con un biombo del mismo color verde de la pared mientras de fondo se oía el ruido de la maquina dispuesta a realizar la eco, yo al otro lado, sentado en una silla y frente a una mesa vacía de papeles bien ordenados intentaba respirar hondo y mi cara mostraba mi verdadero gesto ahora que Ana no me veía. Una voz desde detrás del biombo me indicó que podía pasar, tras aplicar un gel sobre la tripa el médico deslizaba el sensor de la eco buscando debajo de la piel lo que los ojos no podían ver, sobre la pantalla en blanco y negro surgían manchas sin forma definida y un sonido como de ultratumba rugía desde la máquina, el ginecólogo buscaba con esmero, la forma de June se comenzaba a atisbar, con lo fácil que se veía su silueta hace 4 ó 5 meses y ahora ocupaba casi toda la pantalla, tras unos minutos de silencio atroz, el ginecólogo marcó una zona y el sonido de grave eco pasó a sonar como un latido muy amplificado que nos decía que June estaba bien. El ginecólogo tranquilizó a Ana, mientras le brotaban unas lagrimillas desde el ojo camino hacia la oreja que me esforzaba por secar antes de que llegaran a su destino con la mejor de mis sonrisas, los dolores aunque persistían, habían dejado por un tiempo de sentirse ante el miedo de una mala noticia, la peor noticia.

La verdad que Ana llevaba unos días intranquila ya que June no se movía mucho dentro de su tripa y eso a Ana no le gustaba, apenas hacia una semana que colocaba mi mano sobre su tripa para que notase como algo desde dentro golpeaba hacia afuera, como si llamara a una puerta, y endurecía su tripa en un lado para luego pasar al otro, mi mano lo sentía queriendo atravesar la capa de dermis que me separaba de June y una sensación muy rara que nacía en la punta de mis dedos se refugiaba dentro de mi corazón. Ana se quejaba, con la boca pequeña, cuando apretaba con sus piernas y la cabeza su barriga, y la estiraba y abombaba, poniéndose la tripa dura, muy dura, pero en el fondo le encantaba, notarla dentro debía ser una sensación muy especial e íntima. Hasta nuestro gato Titán se comportaba de una forma curiosa, no abandonaba a Ana en ningún momento, dormía sobre la tripita de June dándole calor y protección, y seguía a Ana en todo momento, algo inusual hasta en Titán, que en Ana tiene a su ojito derecho gatuno.

jueves, 16 de junio de 2011

Nacimiento June 01: Bruce Lee y el dolor de tripas



El miércoles 8 de junio no fue un día demasiado fácil, en el trabajo la dificultad del momento nos lleva a veces a dudar y a buscar salidas donde en otro momento no habríamos visto más que soluciones. Ana después de una interminable clase de preparación al parto con la divertida terapeuta y monologuista Ana, había salido de la consulta en la Plaza de los Sitios con un dolor en el nervio de la pierna que hasta calentarla le obligaba a pararse cada segundo mientras intentaba alcanzar la oficina. Desde la consulta del ginecólogo aquel camino se hizo un poco largo pero al final llegó, paró a comprar algo en la oficina y nos marchamos a comer a casa.

Transcurrió la tarde y al llegar a casa nuestro gato Titán no hacía más que seguir a Ana de un lado a otro, que iba al baño, Titán iba al baño, que Ana iba a la cocina, Titán a la cocina, no era algo habitual en Titán que aunque le gusta estar con Ana suele ser muy independiente. Aquella tarde el gato había estado durmiendo junto a la tripita de Ana, muy cerca de June. Por fin, ya tranquilos en casa preparamos la cena, mientras yo preparaba la melba a la plancha, Ana preparaba nuestras ensaladas, desde que a Ana le detectaron la diabetes gestacional en casa no se comía otra cosa, para mi suerte, ya que gracias a su régimen y preparándome para lo que venía pronto desde abril había conseguido perder 20 kilos, estoy convencido que no eran míos. Después del duro día nos sentamos y nos relajamos un poco para cenar, pero no todo iba a ser tan fácil, Ana se empezó a encontrar con un gran malestar y nauseas, no pudo ni probar nada del plato, no era fácil cenar viendo los dolores que tenía Ana, pero cené, no muy contento, pero cené, las dietas es lo que tienen, no se perdona ni una hoja de lechuga, a duras penas conseguí que comise un poco de jamón de york, pero apenas le entraba nada. Ana tuvo que ir corriendo al baño, le empezó un dolor muy agudo que parecía el de un cólico o un dolor de tripas, que sumados al dolor de su pierna, le hacían andar pareciendo que imitaba los pasos de Chiquito de la Calzada diciendo: "no puueedoorrr, no pueedoorr".

Subimos a la habitación para intentar descansar y ver si así se le pasaba ese dolor tan agudo, pero la verdad es que no mejoró mucho la situación. Mientras en la Sexta 2 emitían una de Bruce Lee, Ana se levantaba una y otra vez al baño con ganas de vomitar y un tremendo dolor abdominal, con la música de fondo de Bruce Lee repartiendo galletas al compás de gritos karatekas. Pasaron pocos minutos para que tomáramos la decisión de ir a urgencias a la Clínica de Montecanal, para que la chequeasen y quedarnos tranquilos haciendo una eco, tomar en casa un Paracetamol ciertamente no nos parecía suficiente para los dolores agudos que sentía. Nos vestimos con lo primero que pillamos y nos marchamos para la Clínica, al montarse en el coche era evidente el malestar de Ana, bajar la ventanilla y sacar la cabeza no auguraban nada bueno, y parecía evidente que no era precisamente para ver el paisaje nocturno de Zaragoza en una noche de verano.

Sin llegar a la rotonda de la circunvalación de Santa Isabel por el atajo de la antigua carretera de Movera ya nos tuvimos que parar, las nauseas eran tan fuertes que parecía que le iban a provocar vomitar sobre el lateral del coche, descansó un poco, tomó aire y más tranquila nos encaminamos por la Z40 a la Clínica de Montecanal que nos pillaba en la otra punta de Zaragoza, era la segunda vez que íbamos de urgencias a esa Clínica, la anterior la verdad que no fue mucho más agradable, creo que fue entre el segundo entre el segundo y tercer mes (hay cosas que uno siempre quiere olvidar), Ana empezó también otra noche a sangrar de una forma alarmante y lógicamente se asustó, la hora era casi la misma de este miércoles, y nos tocó buscar la Clínica que no tiene un camino fácil, la tranquilizaron un poco y al hacer la eco y oir el latido en el interior de la incipiente tripa de Ana, unas lágrimas a la pare que una sonrisa afloraron en su cara y mi fortaleza frágil apenas podía también contenerse. Y así nos encontrábamos, seis meses y medio después, intentando encontrar el camino a la clínica, con la nueva velocidad de 110 y con Ana dispuesta a vomitar por la ventanilla del coche si no se aguantaba las nauseas, por suerte lo de la pierna ya se había olvidado y los ecos de los gritos de Bruce Lee se habían fusionado con nuestros corazones que apesar de intentar aguantar la calma latían con fuerza y con mucho miedo.

miércoles, 15 de junio de 2011

June it's here



Sin llamarla, sin ser esperada tan pronto, sin poder asimilarlo, sin querer pensarlo, June (pronunciado yune) ya está aquí, llegó el 9 de junio a las 15:25, entre el médico que no quería hacer la cesárea y prefería esperar y una matrona obstinada muy preocupada por el poco movimiento de la niña, al final el poder femenino ganó y en buena hora, June había sostenido una dura pelea en su mundo interior materno por intentar colocarse y había conseguido que el cordón umbilical le diese dos vueltas sobre ella, impidiéndole los movimientos y agotándola hasta dejarla casi parada. Al final un médico llamó a su puerta y la sacó de la prisión en que se había convertido su antigua casa, lloró brevemente para mirarnos, a su madre y a mi,  después de unos largos minutos, con dos ojos abiertos y una piel de color rosáceo, es en ese momento cuando dicen que te cambia la vida, no los sé, es muy probable, pero eso poco parece importar cuando algo muy pequeñito te mira con dos grandes ojos negros de cierto toque azulado, y te mira como si ya te conociera, como si ya te hubiera visto, se calma con tu voz y tan sólo de vez en cuando (de momento) lanza un grito de llanto en el que esconde un mensaje cifrado que sólo sabe aliviar su madre.

June ya está aquí, el verano ha llegado.
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