martes, 7 de febrero de 2012

El descanso de la mala pata



A finales del mes de octubre el abuelo Marcelino se fracturaba la cadera intentando colgar una lámpara, una mala pata que le llevó al hospital, y de allí a una operación para colocarle una prótesis de cadera. Ya operado su nieta June no podía por menos que ir a visitar a su abuelo, aunque con tanta emoción, ambos quedaron derrotados.


Los abuelos se quedaron como locos con la llegada de June, pronto se olvidaron los malos ratos de la UCI y el mal trago de la operación, mi padre se mostraba fantástico, parecía que estaba en casa, fue ver a su nieta y olvidarse de todo lo demás.


La abuela no soltaba a su nieta, y la nieta se dejaba querer, me recordaba la imagen a la de mi abuela con mi hermano de pequeño, muchos años entre medio y el mismo cariño y amor en los gestos, las mismas manos, fuertes y arrugadas, la misma sonrisa y el mismo apellido.


Con tanto movimiento, a June le entró hambre, y después de su buena razón de pecho se quedó frita, dormidita sobre el sofá del hospital, en una habitación muy cerca de donde nació apenas cuatro meses antes, en el mismo sofá donde dormía, o lo intentaba, para verla llegar todas las noches de madrugada cuando tan sólo tenía horas y días de vida.


Lo mejor de todo es que abuelo y nieta se quedaron dormidos a la vez, acompasando sus soplidos al son de una tarde cálida en la que el solo verlos, tranquilizaba, y más, después de los días pasados, entre quirófanos, médicos y batas blancas.


Allí descansaban los dos, ajenos a lo que pasaba en el mundo, felices y bien comidos, como si no estuvieran en un hospital, y todos los demás, como unos tontos, mirándolos dormir, en silencio, con hambre y sin poder dejar la habitación, después de la mala pata sufrida, era el momento del descanso merecido.

28/10/2011

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