Llevaba todo el verano abandonando su gateo particular, el culo-rana, por empezar a caminar agarrada de la mano. Más de una vez se quedaba colgada como un péndulo de nuestros brazos, pero muy pronto empezó a perder el miedo. Una mañana en el ático dio sus primeros cuatro pasos sin volcar su cuerpo hacia la derecha o la izquierda, desde donde estaba su madre hasta donde estaba yo sentado. Así de sencillo, así de fácil, así fueron sus primeros pasos en libertad.
20/08/2012
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