jueves, 10 de enero de 2013

La curiosidad del paseo veraniego



Era un día de verano en los que el sol parece que se esconde detrás de las nubes para descansar un poco de tanto trabajo. Una tarde de esas que el fresquito se cuela entra las hojas de los árboles trayendo un olor muy especial a vida. Un momento de esos que había que salir de casa y dejar descansar a una madre necesitada de un poco de silencio infantil. Era el momento que tomar el carro y que saliéramos a dar una vuelta el padre y la hija.


Pusimos rumbo a lo desconocido, sobre los caminos que se dibujaban a cada paso. Ella me miraba con los ojos que iluminan la curiosidad, observando todo con esa mirada que dan los ojos que lo ven todo por primera vez. Su cuerpo siempre hacia adelante, para no perderse nada, en ningún momento se apoyó sobre el carro.


Sin darnos cuenta llegamos hasta Posada, gente con la que se cruzaba gente a la que saludaba, si le respondían bien, si no le hacían caso se les quedaba mirando, como recordando sus caras para no olvidarlas en una futura vendetta.


Había que controlarla a cada momento, su curiosidad era mayor que cualquier orden. La tarde que había perdido su color y se había inundado de gris, marcó el comienzo del regreso, la hora de volver sobre nuestros pasos, de poner final a una tarde de padre e hija insignificante pero maravillosa.


22/08/2012

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