martes, 5 de julio de 2011

Nacimiento June 12: Va a ser que sí



Con todo el ajetreo que habíamos llevado durante toda la mañana habíamos tenido las llamadas de mi madre y de Esteban, el hermano de Ana, a ambos les tuvimos que mentir con una media verdad, no podíamos decirles dónde estábamos ya que habrían tardado décimas de segundo en dirigirse hacia el hospital, y en la situación en la que estábamos, de que sí y de que no, con medio pié dentro del hospital y con el otro medio en casa, no podíamos arriesgarnos. La media verdad fue decirles que estábamos en la endocrina que era donde tendríamos que haber estado por la mañana, así que se quedaron medianamente tranquilos.

Ninguno de los dos quisimos pensar con profundidad, en esos largos segundos y minutos después de que salió Pilar, lo que nos vendría a lo largo del día, que ya iba de por sí, bastante intenso, y menos todavía en lo que podía suponer una cesárea frente a un parto natural, a ello ayudó, sin lugar a dudas que ya mi hermano, con la garantía de la medicina de su lado, y todo el mundo, desde que nos quedamos embarazados, nos había vaticinado que sería cesárea, por la edad, por la placenta previa, por los sangrados, etc, además de que se adelantaría cosa que realmente había acabado pasando. Todas estas predicciones habían quedado anuladas con la última visita al ginecólogo, en la que apostaba por parto natural ya que había desaparecido la placenta previa y cualquier otro problema. Pero después de todo, allí nos encontrábamos, un 9 de junio esperando lo que tanto deseábamos y nos daba igual cual fuera el método de extracción, pero que fuera cuanto antes.

Pensamos que teníamos tiempo hasta que fuera la cesárea y planificamos cuando tendríamos que avisar a nuestros respectivos padres, los de Ana tendrían que venir desde Vitoria y habría que avisarles con algo de tiempo, pero decidimos no llamar a nadie hasta que June no hubiera nacido y todo estuviera perfecto. Así nos encontrábamos hablando cuando de repente, un enfermero vestido de azul y con mascarilla interrumpió nuestro diálogo y nuestros corazones se tensaron como cuando vamos a empezar una competición. Eran las 14,30 y empezó a mover la cama de Ana para bajarla al quirófano, así, sin avisar, sin vaselina, en una traición muy placentera. A mi me dijeron que le siguiera, y Ana, desde la cama, en un momento de esos tan femenino que sólo ellas pueden tener, mientras salíamos por la puerta me dijo: "David, recoge el bolso y todo lo demás, que no quede nada a la vista, que dejamos la habitación sola". Obedecí con una rapidez inusitada, sin pararme a reflexionar como alguien que la bajan para abrirle la tripa tiene la entereza de darse cuenta que hay que dejar la habitación ordenada y recogida.

Bajamos con el celador en esos anchos ascensores de hospital donde la cama ocupaba casi su totalidad y el enfermero y yo ocupábamos dos esquinas enfrentadas de la cama como los angelitos que protegen las camas por la noche. Descendimos poco pero en viaje que parecía eterno, apretaba la mano de Ana y la miraba a los ojos, me sorprendía su entereza, pero había llegado su hora y estaba muy preparada. Tras salir del ascensor se abría un amplio hall luminoso que era la planta baja pero con acceso a la calle, a mi me ordenaron quedarme allí, mientras a Ana se la llevaban sobre su cama de Robocop a través de un pasillo tras el que se cerraban las puertas como en un salón del Oeste. Aquel hall se me hacía cada vez mas grande, me dolía esa separación, no poder estar con ella en esos momentos, sentía que me faltaba algo y dentro de mi una sensación de soledad y de no poder hacer nada. Abrí un poco los ojos y me fijé en lo que tenía alrededor, y me di cuenta que en la misma situación que yo había otro hombre, agarrado a su móvil como si fuera un talismán, dudé de si hablarle y preguntarle si llevaba mucho rato en espera, pero aquel era un momento muy íntimo para ambos, y esa información era lo menos importante en esos momentos, mi timidez tomó la decisión y me dediqué a caminar de lado a lado del hall como quien se dedica a medir un espacio a zancadas, primero hacia una puerta, luego hacia otra, después un poco de descanso, luego hacia la puerta de quirófanos, para cuando me quise dar cuenta era como uno de esos aspiradores que van solos por casa y recorren todos los rincones sin dejarse nada sin limpiar, pero eso sí, la oreja siempre alerta esperando un ruido o una señal que me sacase de ese cautiverio de incomunicación.

Así estaba cuando el enfermero que me había traído asomó su cabeza por las puertas batientes y nos dijo a los dos deambulantes del hall que le siguiéramos, deje pasar primero a mi compañero de espera, para algo había llegado él el primero y tenía la vez, nos llevó a un pasillo estrecho sobre el que se abrían dos puertas a la derecha, a mi compañero le hizo entrar en la primera y me ordenó que esperase allí, a los pocos minutos, salió y me llevó hacia la otra puerta, que estaba más al fondo, y me indicó que pasara guiándome él el primero. Tras la puerta se abría una habitación-pasillo, era de poco más de un metro de ancho y tres de largo, a la entrada una silla, en el medio un armario tipo taquilla con las puertas sin cerradura y otras abiertas, y en el otro extremo otra silla que pegaba a la otra puerta por la que se salía de esa habitación-pasillo, era un espacio de entrada y salida con un ambiente bastante claustrofóbico. Me indicó que me iba a traer la ropa para cambiarme, que dejase mi ropa en un armario y que no respondía de los objetos de valor, en eso estaba pensando yo en esos momentos, y que esperase un momento cerrando la puerta a su salida. En nada volvió a entrar portando una ropa azul, mascarilla y calzas para las zapatillas, me indicó que me cambiase y que esperase a su llamada.

Me quedé allí sólo de nuevo, desnudándome dejando mi ropa negra para colocarme un uniforme de quirófano azul, yo que nunca cambio de color en aquel momento era lo que menos me importaba, pero más de uno de mis amigos habría pagado por tener esa foto, me cambié rápido y me senté intentando controlar la respiración, por suerte tienen el detalle de no poner espejo en estos sitios, ya que habría impresionado más, o al menos de diferente forma, que lo que me esperaba en breves momentos. Me acabé de colocar el protector del pelo y sentado esperé a que me llamasen, vestido de doctorcito, mientras me imaginaba que a Ana le estarían poniendo la epidural y sólo esperaba que le hicieran el menor daño posible (luego supe que no fue así, le tuvieron que pinchar cuatro veces).

De repente, la puerta se abrió, me dio un vuelco el corazón y se tensaron todos mis nervios, y detrás de la manilla otro enfermero que no era el mío preguntó: "¿el marido de Casandra?", ante mi negación nerviosa cerró la puerta y me volví a sentar, un poco ridículo por el disfraz, pero intentando retener en mi memoria todo lo que me estaba pasando, queriendo no olvidar, ni uno sólo, de los instantes que estaba viviendo. "¿El marido de María?", dijo alguien volviéndose a abrir la puerta y cerrándose inmediatamente al ver mi negativa, ¿cuándo me tocará?, pensaba, mientras el tiempo se estiraba y parecía eterno acompasado por resoplidos de nerviosismo. Detrás de las paredes se oían voces y todas me parecía que decían el nombre de Ana del Mar, me daba miedo que mi oído me fallara en un momento tan especial. Por fin se abrió la puerta, "¿el marido de Ana María?", mi cuerpo que al oír el nombre de Ana se había levantado como un resorte, se encogió rápido y veloz al procesar la segunda parte del nombre, y mientras decía que no con la cabeza, del fondo surgió una voz que le gritó: "Ana del Maaaarrr", "eso", replicó el enfermero de la puerta dándose cuenta del error y que la voz que surgía de la nada se había oído perfectamente. "Sígueme, no toques nada, y colócate donde te digamos", me decía con seguridad mientras me llevaba por el mismo pasillo por el que había entrado hacía minutos Ana, sin darse cuenta que apenas era capaz de procesar la información. El enfermero abrió una puerta doble y frente a mi se quedó abierto todo el quirófano.

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