miércoles, 29 de mayo de 2013

Comida, siesta, teta y resiesta



Al mediodía Naia descansaba con placidez, coronada con su nombre y medidas, y sólo dando mal cuando tenía hambre. Su madre esperaba ansiosa poder reponer algo de fuerzas, el desayuno había sido triste, propio del día después de la anestesia epidural, un pobre café y una solitaria galleta. A pesar de que los dolores eran fuertes, ya se habían acabado los calmantes, Ana se sentía con fuerzas y se incorporaba mucho antes que con la anterior cesárea.


A la hora de comer se levantó como un resorte y con algo de ayuda, pero para su desgracia el puré estaba realmente malo y el segundo plato no era mucho mejor. No había más que ver su cara para entender que no estábamos ante el plato de su vida.


Después llegó la siesta, daba gusto ver a las dos, durmiendo plácidamente, la una bien tetada, la otra mal comida. En ese sopor que se crea en la mitad del día me convertía en un espectador de lujo viendo a mis dos niñas dormir ajenas al mundo. Mi otra niña comía en casa de su abuela llamando a su madre y a su padre todas las mañanas.


Poco duró la paz, enseguida se despertó Naia, la intenté calmar para dejar descansar un poco más a su madre, pero Naia no estaba por la labor, el hambre apretaba a sus jóvenes e infantiles tripas y su llanto despertó enseguida a su madre, que parecía que dormía pero tenía el radar conectado las 24 horas.


Después, para Naia llegó la resiesta, pero no para su madre, que le tocaba empezar a recibir las visitas de la tarde. En la habitación se llenaban los sueños de amor y hambre.

28/05/2013

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