Las ecos (ecografías) son tan duras como placenteras, te presentas a ellas con un nudo en el estómago, sin querer pensar muy bien que te vas a encontrar. Tener la posibilidad de mirar a través de un aparato lo que está sucediendo en el interior de la madre tiene mucho de magia y de ciencia. Es como si nos dijeran si querríamos ver una foto nuestra dentro de 50 años, por un lado a quién no le gustaría ver el futuro, pero por otro da un respeto tremendo encontrarte con esa realidad que aún desconoces.
Ese miedo a lo desconocido, a lo impredecible, te hace guardar silencio mientras el ecógrafista va midiendo los huesos, el estómago, el cerebro y otras dimensiones para calcular la edad del feto y si todo va correctamente. Después de esos segundos tremendos cuando te dice que todo está muy bien, el nudo del estómago se acentúa, pero uno siente un alivio muy grande. Es entonces cuando te fijas más si se parece a su hermana o en como mueve las manos dentro de su habitable cavidad.
Luego el médico se fija en su corazón y a través de los colores se puede ver como su pequeño corazoncito se mueve a un ritmo tremendo y su sonido amplificado por el ecógrafo retumba en la pequeña sala donde se realiza la magia de ver lo que no se ve. Uno se pregunta como las madres de antes podían vivir sin saber si todo estaba bien dentro del embarazo y tan sólo la trompetilla pegada a la barriga junto a la oreja del médico decían si había latido o sino había, el llegar al final del camino en nueve meses que se hacen largos, debía ser muy duro.
Las ecos en tres dimensiones, empezaban a poner cara a Naia, una cara que de momento decía poco y mucho. Poco de cómo sería, tan sólo se notaba que no se parecía en exceso a la hermana, para mi una satisfacción ya que siendo que parecía que nacería en abril, quería que se pareciese más a Ana. Mucho por apuntarnos que la vida se abría paso inexorablemente.
Las pruebas se seguían sucediendo, y Jorge lo anotaba todo en su cartilla. Todos los meses hasta marzo teníamos que ir a su consulta, y todos los meses se nos encogía un poco el estómago. La prueba de la glucosa, para nuestro asombro, salió negativa, así que nada de pincharse insulina e ir al endocrino como en el anterior embarazo. Los días iban corriendo, unos más rápidos que otros, y mientras Naia se hacía más realidad en nuestras vidas.
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