Después de descansar un poco, la puerta de la habitación 112 se volvía a abrir de nuevo. Naia volvía a vernos después de que la volvieran a revisar con más tranquilidad los pediatras del hospital y después de limpiarla bien y colocarle su primera ropa sobre su piel. La traían en el nido-carrito y era muy gracioso ver una cosita tan pequeña, con tan solo dos horas de vida abriendo la boca por hambre o por aburrimiento.
Su madre y yo nos quedábamos embobados mirándola, viéndola, observándola, amándola,… Sus ojitos se abrían como queriéndonos ver y nos oía perfectamente, pues volvía su pequeña carita hacia nuestras voces. Su carita tenía como pellejos pequeños de piel, y sus manos todavía estaban blancas y un poco amoratadas, acostumbrándose a su nuevo estado.
No dejábamos de mirar ninguno, Naia por su lado y nosotros por el nuestro. Si alguien nos hubiera visto seguro que se hubiera reído de la escena. Pero no mirábamos buscando parecidos, ni nada similar, nos mirábamos todos para conocernos mejor, para buscar dentro lo que veíamos fuera.
La ropa le quedaba grande, al igual que cuando nació su hermana, y eso que el kilo de más se notaba. Cuando la tomábamos en nuestros brazos parecía que no pesaba nada, acostumbrados al peso de su hermana, Naia era una auténtica pluma.
Sin darnos cuenta se quedó dormida, cerró los ojos con lentitud, despacito, sin darse importancia. Verla dormir por primera vez provocaba una enorme paz y una gran sensación de felicidad.
Se quedó tranquila en su nido, que ya tenía la tarjeta de su nombre para que no se perdiera. Por primera vez veíamos su nombre escrito por alguien que no fuéramos nosotros. La hora parecía una incógnita con ese "11:", pero yo que había estado en su nacimiento, sabía que había sido sobre las doce menos cuarto. También vimos que había medido 46,5 cms. El silencio permanecía en la habitación que había traído un hambre de vida tremenda.
27/05/2013
No hay comentarios:
Publicar un comentario