viernes, 21 de junio de 2013

Playa de invierno



Aunque el viento soplaba en los primeros días de enero, las olas se dejaban mecer al igual que June y sus guantes de un lado a otro. El sonido del mar rompiendo sobre las rocas y la brisa silbando por las rendijas de sus puntiagudas esquirlas, ponían música a una mañana que a pesar de la húmeda arena dotaba de un encanto especial a una playa de Asturias en invierno.


June estaba encantada corriendo por la playa, acercándose al agua con el miedo de no tocarla. Los tres caminábamos como perros en libertad que se sueltan de las ataduras de la vida. El sol ponía luz y sombras en la playa de Toró en Llanes.


A June le dio por pasar debajo de las piernas de su madre y así la tuvo durante un buen rato, una corriendo en giros cortos y sin parar de reírse, y otra haciendo de túnel para un tren chu-chú muy especial.


Daba gusto mirar a June, su felicidad no tenía medida, era tan básica como desmedida. La miraba y me llenaba media vida. Miraba al mar y ya tenía la vida entera.


June se divertía con el viento, se quitó el gorro y se dejaba golpear por la brisa del mar que hacía volar de un lado a otro sus guantes. Miraba las olas para que no la pillaran, y las olas la miraban a ella para que no las pillaran.


Tanto jugaba con el viento y su gorro que al final pasó lo que tenía que pasar, el gorro voló y después de un rato jugando con el aire y haciendo remolinos, cayó al suelo.


June se agachó para cogerlo, pero se encontró con la húmeda arena en sus manos y la sensación no le gustó mucho, se siento sucia, y sacudía sus manos con energía intentándose quitar hasta el último gramo de arena. El gorro se quedó olvidado, y por supuesto, lo tuvimos que coger nosotros.


Así acababa nuestro paseo matutino en la playa, nosotros nos marchamos, pero las olas y las rocas, allí se quedaron, con su amigo el viento y disfrutando de la mágica soledad de una playa en invierno.

03/01/2013

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