miércoles, 9 de octubre de 2013

Pintalabios y collares



Era enero. Finales de enero. June guardaba silencio. Su madre aprovechaba e intentaba limpiar un poco la casa. Ese silencio no podía ser bueno, pero había que aprovecharlo. June se había dedicado a abrir cajones, y en uno de ellos se topó con un tesoro único. Lo mejor era no hacer ningún ruido y actuar en silencio. June se había topado con pinturas de maquillaje y una cajita llena de pulseras.


Se colocó encima de la cama y desde allí se pintó la cara como si fuera un auténtico indio. Pillaba colores de todos los lados y se miraba en el espejo con cuidado pero sin preocupación, todo en un silencio eterno, casi imposible. Su madre seguía aprovechando, de vez en cuando le daba algún grito para saber como estaba y June contestaba con una habilidad casi asombrosa, con seguridad y sin preocupar al instinto materno.


Luego le tocó a la cajita con pulseras y relojes antiguos. Los miraba con cuidado disfrutando de sus brillos y en un momento y con mucho brío lo volcó y disfrutó de unos tesoros que ni su madre recordaba. Después de estar disfrutándolas con total alevosía su madre asomó por la puerta, se quedó perpleja, en una mezcla de cabreo y risa al mirar la cara de su hija. Los silencios en June no auguran nada bueno, pero tampoco nada malo.

24/01/2013

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